Por Miguel A. Moreta-Lara
Jorge Luis Borges solía decir de sus poemas que
eran expresiones directas de su sentimiento y de su ser íntimo. También creía
que si no hay emoción no puede haber poesía. Solo unos pocos temas (el sueño,
el laberinto, el espejo, el tiempo, Buenos Aires...) alcanzaron a merecer la
obsesiva pluma del poeta. Quienes frecuentaron sus versos no han dudado en
señalar su idealismo, la tendencia a la abstracción y al prototipo, su visión
estática del universo, el sentimiento -en fin- de la vanidad del mundo y de lo
perecedero de los individuos. Luego vinieron los profesores de Literatura con
sus análisis semióticos, concluyendo que la escritura de Borges es densa,
sobrecodificada, polivalente, literarizada y textualizada.
El ajedrez, uno de sus símbolos más
queridos, contamina zonas importantes de la obra del argentino. Y no solo de su
obra literaria, sino también de todos esos miles de entrevistas, encuentros,
conferencias y conversaciones a los que, con alacridad, se sometió a lo largo
de su vida. La facundia, la feliz facilidad para el verso fue en él proverbial:
Borges, el palabrista, el malversador de versos.
Dos personajes de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius
se baten “al ajedrez taciturnamente”. El rigor de Tlön “es un rigor de
ajedrecistas, no de ángeles”. En el archivo particular de Pierre Menard,
autor del Quijote se encuentran, entre otras piezas:
- e) Un artículo técnico sobre
la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de
torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa
innovación.
- g) Una traducción con
prólogo y notas del Libro de la invención liberal y arte del juego del
axedrez de Ruy López de Segura (París, 1907).
El
milagro secreto comienza
con un sueño:
La noche del catorce de marzo de 1939, en un
departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hldíc, autor de la inconclusa
tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un
examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo
ajedrez. No lo disputan dos individuos sino dos familias ilustres; la partida
había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado
premio pero se murmuraba que era enorme y quizás infinito; las piezas y el
tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito
de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la
impostergable jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso
y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez.
Estos tres ejemplos, que entresaco de Ficciones
(1944), dan cuenta del diverso trato e intención con que Borges presenta el
motivo del ajedrez. Unas veces es símbolo y metáfora, como al elogiar un texto
elegido y comparar su elegancia “a la de una jugada de ajedrez”. En ocasiones
se trata de un mero juego de referencias eruditas y también encubre una clave
metafísica donde se agavillan todos los temas recurrentes (el sueño dentro del
sueño, el tiempo cíclico, el rigor adamantino de una ley universal...), sin
olvidar su propia biografía, como anota en el prólogo a El oro de los tigres:
“Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde
niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero del ajedrez (que era, lo
recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga”.
En conversación mantenida con su colaboradora María
Esther Vázquez, Borges consignaba esta opinión: “En la época de Lutero y
Calvino la religión era una pasión, los campesinos de Escocia discutían la predestinación
y el libre albedrío. Ahora la religión no es una pasión y posiblemente en el
futuro la gente se apasione por el álgebra o el ajedrez”. No se piense que el
idealista Borges ejercía de iluso, puesto que pocos años más tarde declaraba a
otro investigador: “Es increíble cómo una cultura que se desarrollaba con
juegos como el ajedrez, haya degenerado a juegos tan vulgares como el fútbol”.
Pero es en el quehacer poético donde ese ajedrez heráldico
y abstracto brillará con todas las virtualidades metafóricas y filosóficas
de la tradición. Si para Flaubert, por ejemplo, el ajedrez es “demasiado serio
como juego, demasiado frívolo como ciencia”, Borges en cambio dará las gracias
“por el geométrico y bizarro ajedrez” en su “Otro poema de los dones”. Prestemos
atención a un par de piezas del complejo poemario El otro, el mismo
(1930-1967), paradigma del ajedrecismo metafísico borgesiano. Los dos sonetos
aparecen bajo el título “Ajedrez” en este libro -el preferido de su autor- que
presenta en total 101 composiciones, de las que 57 son sonetos.
En su
grave rincón, los jugadores
Rigen las
lentas piezas. El tablero
Los
demora hasta el alba en su severo
Ámbito en
que se odian los colores.
Adentro
irradian mágicos rigores
Las
formas: torre homérica, ligero
Caballo,
armada reina, rey postrero,
Oblicuo
alfil y peones agresores.
Cuando
los jugadores se hayan ido,
Cuando el
tiempo los haya consumido
Ciertamente
no habrá cesado el rito.
En el
Oriente se encendió esta guerra
Cuyo
anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el
otro, este juego es infinito.
II
Tenue
rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina,
torre directa y peón ladino
Sobre lo
negro y blanco del camino
Buscan y
libran su batalla armada.
No saben
que la mano señalada
Del
jugador gobierna su destino,
No saben
que un rigor adamantino
Sujeta su
albedrío y su jornada.
También
el jugador es prisionero
(La
sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras
noches y de blancos días.
Dios
mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios
detrás de Dios la trama empieza
De polvo
y tiempo y sueño y agonías?
Al margen de mi admiración por este par de
asombrosos sonetos, debo mencionar que no escasean en Borges otras piezas
insuperables, como el titulado “La lluvia”, perfecto aunamiento de temas
filosóficos y sentimentales, y que reescribo al tiempo que oigo la genial
interpretación por bulerías que hace de él El Cabrero [José Domínguez Muñoz]
(puede ser escuchada aquí: https://www.youtube.com/watch?v=OpGNn6CLeVI ):
Bruscamente
la tarde se ha aclarado
Porque ya
cae la lluvia minuciosa.
Cae o
cayó. La lluvia es una cosa
Que sin
duda sucede en el pasado.
Quien la
oye caer ha recobrado
El tiempo
en que la suerte venturosa
Le reveló
una flor llamada rosa
Y el
curioso color del colorado.
Esta
lluvia que ciega los cristales
Alegrará
en perdidos arrabales
Las
negras uvas de una parra en cierto
Patio que
ya no existe. La mojada
Tarde me
trae la voz, la voz deseada,
De mi
padre que vuelve y que no ha muerto.
Tras este breve excurso flamenco, vuelvo a los dos
sonetos de “Ajedrez”. Creo que el segundo está más conseguido que el primero,
por varias razones: a) su mayor concentración, puesto que le han bastado la
mitad de versos que al primero para plantear la jugada (si bien el caballo,
ligero, ha volado); b) la distinta focalización y orden de los elementos
temáticos (uno para cada estrofa en el soneto II); c) todas las connotaciones
bélicas del primero se contienen en el segundo, así como la comparación del
verso final (Como el otro, este juego es infinito) se hará explícita, y
más compleja, en la sentencia de Omar (También el jugador es prisionero/ de
otro tablero); d) ciertos rasgos de intertextualidad, que en seguida
comentaré; e) mayor equilibrio y selección en ciertos procedimientos retóricos
(que no analizaré), como los emparejamientos (o couplings, en la
terminología de Samuel R. Levin), las anáforas, los calificativos definitorios
(tan afinados y connotados en la serie de los dos primeros versos) o la
hipálage (apenas usada ahora -mano señalada-, frente a la abundancia de
la primera versión: grave rincón, lentas piezas, severo
ámbito).
“Todo texto es absorción y transformación de una
multiplicidad de otros textos”, afirma un viejo principio estructuralista, lo
que ha venido en llamarse intertextualidad. Si hay un lugar común en la
literatura del último siglo es esta autorreferencia (recuérdese no más el
leitmotiv del libro y de la biblioteca en autores como Italo Calvino o Umberto
Eco): el gran tema de la literatura del último siglo es la propia literatura.
Borges, como siempre, es pura y dura letra: literatura hecha de sí misma. Y el
soneto “Ajedrez II” es pródigo en estos rasgos intertextuales, signos -espejos
y pozos- de su rica textura. Por ejemplo, el verso De polvo y tiempo y sueño
y agonías, que da cima al poema, es una sima, una suma que ahonda y asume
antiguos tópicos (pulvus es, tempus fugit, la vida es sueño, l’angoisse
de vivre): esta enumeración que remata tan triste tema, revive en realidad
otro graduado final, el de aquel poema del Góngora más desengañado (en
tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada). Los poemas que acaban en
estas enumeraciones progresivas no son raros en Borges: Dédalo, laberinto,
enigma, Edipo? (“Un poeta del siglo XIII”); En polvo, en nadie, en nada
y en olvido (“El alquimista”); Yo, que soy tiempo y sangre y agonía
(“Adrogué”).
Una alusión nada desdeñable es la que late en esa jornada
y ese tablero, metáforas que ya había empleado con buen tino Jorge
Manrique (Coplas, versos 52-54 y 385-388). Tampoco está de más fijarnos
en las isotopías semánticas y léxicas, tan espesas, que este soneto II guarda
con muchos de los poemas del libro y, claro, con su poema gemelo, el que le
precede. Pero la referencia germinal es, desde luego, La sentencia es de
Omar. El interés por el poeta persa Omar Jayam (1048-1131) le venía a
Borges de familia. Su madre, Leonor Acevedo, evoca a su marido, el doctor Jorge
Guillermo Borges: “Mi marido, que murió en 1938, estaba muy orgulloso de su
hijo; también él había escrito poemas y la primera traducción española en verso
del [sic] Rubaiyat de Omar Keyyam. Trasladó a su hijo todo el
interés por este dominio”. El mismo Borges volvería a recordarlo más de una
vez: “Mi padre publicó una traducción de Omar Keyyam, de FitzGerald, en igual
metro que el original”. En efecto, fue el poeta inglés Edward FitzGerald el
primero en traducir e introducir las refinadas y decadentes rubaiyat
(Londres, 1859). Pocos escritores han disfrutado de tanta fortuna lectora como
el persa ni ha habido mensaje poético, escéptico y hedonista, tan perdurable:
toda su obra es una llamada al goce de la vida, a través de dos o tres motivos
(somos juguetes en las manos del Destino, la tristeza de haber nacido, todo es
perecedero...). Las rubaiyat de Omar Jayam publicadas por Borges padre
en la revista de su hijo Proa (Buenos Aires, 1925) se encontraba entre
las primeras traducciones hispánicas, aunque no fue la inicial: a partir de la
traducción versionada de FitzGerald se desató un furor editorial por la obra
del persa en las principales lenguas occidentales que habría de durar más de un
siglo.
Estas
cuatro rubaiyat convencerán a los lectores de la poesía de Borges de que
el persa plagia muchas imágenes del argentino:
La vida
es un tablero de ajedrez, donde el Hado
nos mueve
cual peones, dando mates con penas.
En cuanto
acaba el juego, nos saca del tablero
y nos
arroja a todos al cajón de la Nada.
*
Llena
otra vez la copa que nos libra del yugo
de las
vanas angustias y las vanas zozobras.
Mañana
quizá estemos perdidos en el fondo
de ese
pozo terrible y oscuro de los siglos.
*
Quién
sabe si al morir podremos leer el libro
de la
vida... Mas sólo lo lograremos cuando
sombras
seamos. Nadie sabe de dónde vienes
ni a
dónde vamos. Te irás y no has de volver nunca.
*
El barro
con que fue plasmado el primer hombre,
para
moldear al último ha de servir un día.
Y cuanto
en la primera madrugada fue dicho,
repetido
será el postrer crepúsculo.
Por otro
lado, los rastros del persa son visibles en muchos poemas borgesianos:
Otrora lo
cantaron el árabe y el persa.
Vino,
enséñame el arte de ver mi propia historia
Como si
ésta ya fuera ceniza en la memoria.
(“Soneto
del vino”)
Pero los
días son una red de triviales miserias,
¿y habrá
suerte mejor que la ceniza
de que
está hecho el olvido?
(“A un
poeta menor de la Antología”)
No
volverá tu voz a lo que el persa
Dijo en
su lengua de aves y de rosas,
Cuando al
ocaso, ante la luz dispersa,
Quieras
decir inolvidables cosas.
(“Límites”)
En otro libro de Borges, Elogio de la sombra,
hay un poema titulado “Rubáyát”, en el que vuelven los temas del sueño y del
tiempo; de él cito la primera y la última estrofa:
Torne en
mi voz la métrica del persa
A
recordar que el tiempo es la diversa
Trama de
sueños ávidos que somos
Y que el
secreto Soñador dispersa.
[...]
Que la
luna del persa y los inciertos
Oros de
los crepúsculos desiertos
Vuelvan.
Hoy es ayer. Eres los otros
Cuyo
rostro es el polvo. Eres los muertos.
Retomemos el “Ajedrez II”, para notar cómo se
redondea en la expresión del último terceto. El verso 12 (Dios mueve al
jugador, y éste, la pieza.) resume todo el juego de las cajas chinas -o de
las muñecas rusas-, que ya estaba presente en el soneto anterior y en Jayam y
en otros relatos de la tradición. En conversación con María Esther Vázquez,
Borges rememora los Maginogin, relatos celtas:
En uno de estos relatos se habla de una batalla
entre dos reyes; los ejércitos combaten en el valle, y en la cumbre de una
montaña los dos reyes, como ajenos a la batalla que se libra, juegan al
ajedrez. Los reyes juegan todo el día, mientras abajo los hombres se matan y
fluyen y refluyen las corrientes de la batalla. Finalmente, llega un capitán y
anuncia a uno de los reyes que su ejército ha sido derrotado; en ese momento el
otro mueve una torre y le dice: Jaque mate. Entonces comprendemos que la
batalla de los hombres no ha sido más que un reflejo mágico de la batalla
ficticia de las piezas del ajedrez”. Pocas páginas más adelante vuelve a surgir
el tema, esta vez a partir de la literatura china: “Este emperador está
durmiendo y sueña que sale a caminar por el jardín. En el jardín tropieza con
algo enorme, blando y doliente que habla con una voz que no es humana y le dice
que es un dragón y pide el amparo del emperador, porque ha tenido un sueño. Ha
soñado que el primer ministro le dará muerte al día siguiente y viene a
implorar la protección del hijo del Cielo. Entonces el emperador jura que
defenderá al dragón, y en ese momento se despierta. Comprende que todo ha sido
un sueño, pero piensa que la palabra del emperador, aun dada en sueño y a un
dragón, tiene que mantenerse. Llama al primer ministro y le dice que tiene
ganas de jugar al ajedrez con él. El ministro, naturalmente, se muestra
complacido y durante todo el largo día no hacen más que jugar al ajedrez. Así,
el emperador vigila al ministro y le impide que mate al dragón. Pero al
declinar el sol, el ministro se queda dormido sobre el tablero. En ese momento
se oye un estrépito en el patio del palacio y poco después llegan cuatro
capitanes que traen una enorme cabeza ensangrentada que ha caído del cielo.
Entonces, el ministro se despierta, mira la cabeza, parece reconocerla y dice: Qué
raro; me quedé dormido y soñé que mataba a ese dragón en el cielo.
El procedimiento ya había atraído a Borges, que en
su ensayo de Otras inquisiciones (1952) reflexionaba así:
¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector
del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con
la causa: Tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción
pueden ser lectores o espectadores, podemos ser ficticios. En 1833 Carlyle
observó que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los
hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben.
La misma
idea se refleja en el final del poema titulado “Los espejos”:
Dios ha
creado las noches que se arman
De sueño
y las formas del espejo
Para que
el hombre sienta que es reflejo
Y
vanidad. Por eso nos alarman.
Sin embargo, es en el verso 13 del soneto que
comentamos donde se da el salto cualitativo: al circuito anterior (pieza <
jugador < Dios) se le añade otro eslabón de efecto multiplicador y
vertiginoso (¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza). Y las
referencias librescas no acaban nunca: igual que en la antigüedad se
representaba a Dios artífice, como tejedor, arquitecto, sastre, alfarero,
músico o ajedrecista, aquí la trama empieza está aludiendo a un dios
director teatral, lo que constituye otro robo al persa, como
recordó él mismo en una conferencia de 1949: “el persa Omar Kheyyam había
escrito que la historia del mundo es una representación que Dios, el numeroso
Dios de los panteístas, planea, representa y contempla, para distraer su
eternidad”.
¿Qué (con)mueve a Borges? ¿Emoción, sentimiento,
intimidad? ¿O rigor, letra muerta, metafísica?:
Yo tenía muy pocos años, y él [su padre], con la
ayuda de un tablero de ajedrez, me explicó las paradojas de Zenón, Aquiles y la
tortuga, el inmóvil vuelo de la flecha, la imposibilidad del movimiento.
Después, sin mencionar nunca el nombre de Berkeley, me enseñó los rudimentos
del idealismo. Todo eso se lo debo a mi padre.
Borges versus Jayam, muertos los dos,
inclinados sobre el misterioso tablero de la poesía que yo transcribo que tú
sueñas que lees.
Miguel A. Moreta-Lara es escritor, filólogo y
catedrático de instituto jubilado. Nacido en Marruecos, vivió en el Sáhara
hasta terminar el bachillerato. Entre 1993 y 2008 ejerció como profesor en
universidades de Marruecos y Hungría, así como asesor, agregado y consejero de educación
en las embajadas de España en Rabat, Budapest, México DF y Bogotá. Autor -entre
otros títulos- de Más amor y más sufrir. Cancionero de cuplés (2000), La
puerta de los vientos. Narradores marroquíes contemporáneos (con Marta
Cerezales Laforet y Lorenzo Silva, 2004), La imagen del moro y otros ensayos
marruecos (2005 y 2018), Contar las cuarenta (2019), Dietario
salvaje (2021), Infierno y paraíso de las islas. Memorias de mar y mujer
(2022), Mientras respira la tarde. Cien micrólogos (2024).
Fuente: Todo Literatura
https://www.todoliteratura.es/noticia/59326/firma-invitada/los-sonetos-del-ajedrezborges-versus-jeyam.html