jueves, 25 de octubre de 2012

La librería el Ateneo cumple 100 años

 El Ateneo abrió sus puertas oficialmente en septiembre de 1912, y su primera sede estuvo en la calle Victoria 653 -hoy Hipólito Yrigoyen-, entre Perú y Chacabuco. García, nacido en Logroño, quiso devolver, de alguna manera, el amparo que le dio el país, y terminó por ser conocido como el "as de los libreros de América".


Además de los célebres catálogos sobre medicina, la editorial marcó hitos en el terreno de la literatura con títulos como "La Divina Comedia", "El Decamerón", los ensayos de Montaigne y una lista de textos selectos que iba de Shakespeare a Rubén Darío y de Maquiavelo a Homero.

En 1938, El Ateneo se trasladó al tradicional edificio de Florida 340, un local de varios pisos, propiedad de uno de los primeros magnates de la industria del cine, Max Glucksmann, quien también era propietario de la sala del Grand Splendid, donde más tarde se instalaría otra famosa sede de la librería.

En ese local se reunían numerosos autores en las denominadas "Peñas de Escritores", luego conocidas como "Peñas de la Amistad", donde se congregaban autores de diversas procedencias y adscripciones estéticas e ideológicas, como Manuel Mujica Láinez, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Horacio Quiroga, Victoria Ocampo, Julián Centeya, Conrado Nalé Roxlo, Leopoldo Marechal y Martha Lynch.

Así como Ezequiel Martínez Estrada, Roberto Giusti, María Elena Walsh, Juan Filloy, Héctor A. Murena, Nicolás Guillén y, en alguna ocasión, Ray Bradbury.


 En 1968 se lanzó la "Primavera de las Letras", una creación de Francisco Gil, quien había ingresado a trabajar en la librería como cadete en 1931 y permaneció en ella por cincuenta años.

Durante esas jornadas, una gran cantidad de escritores firmaba ejemplares de sus libros, favoreciendo el diálogo con los autores, muchos de los cuales se encontraban por primera vez con la opinión de sus lectores.

Leopoldo Marechal, un entusiasta participante de estos acontecimientos, comentaba, entre risas, el reto de una lectora por lo que consideraba un error de ortografía en el título de "Adán Buenosayres".

La "Primavera de las Letras" es considerada el principal antecedente de la Feria Internacional del Libro, de la cual Eustasio García, sobrino de Pedro García, fue primer presidente ejecutivo.

Fuente : Radio Continental - 23 de Octubre de 2012

 
Borges y las ventanas de Luis Montoto
  
Fernando Iwasaki



           Entre 1919 y 1920 Jorge Luis Borges vivió en Sevilla, donde sabíamos que publicó su primer poema y militó en el Ultraísmo. ¿Pero qué otras cosas hizo Borges en Sevilla? A través de su correspondencia y de los recuerdos de Manuel Forcada Cabanellas descubrimos un Borges inédito, gamberro y flamencólico.

          En sus apretadas memorias -Un ensayo autobiográfico (1970), originalmente publicadas en inglés- Borges recordó que "Pasamos el invierno de 1919-1920 en Sevilla, donde vi impreso mi primer poema. Se titulaba «Himno del mar» y apareció en la revista Grecia, en su número del 31 de diciembre de 1919". Por lo tanto, el adolescente Borges perdió en Sevilla su virginidad poética y se apuntó a todos los happenings ultraístas que organizaban los impredecibles Isaac del Vando Villar y Adriano del Valle. Con el correr del tiempo, Borges se arrepintió de su pasado ultraísta y no sólo eliminó de su bibliografía títulos como Inquisiciones (1925) y El tamaño de mi esperanza (1926), sino que se despachó malignamente contra su estancia sevillana en Un ensayo autobiográfico: "En Sevilla me acerqué al grupo literario constituido alrededor de Grecia. Este grupo, cuyos miembros se llamaban a sí mismos ultraístas, se había propuesto renovar la literatura, una rama de las artes de la cual nada sabían. Uno de ellos me dijo una vez que todas sus lecturas habían sido la Biblia, Cervantes, Darío y uno o dos de los libros del Maestro: Rafael Cansinos Asséns. Desconcertó a mi mente argentina el enterarme de que no sabían francés ni tenían sospecha alguna de que existiera algo llamado literatura inglesa. Incluso me presentaron a un talento local, conocido popularmente como el Humanista, y no tardé mucho en descubrir que su latín era mucho más escaso que el mío. En cuanto a la revista Grecia, su director Isaac del Vando Villar, había conseguido que toda su obra poética fuera escrita para él por uno u otro de sus colaboradores. Recuerdo que uno de ellos me dijo un día: «Estoy muy ocupado. Isaac está escribiendo un poema»".

          Sin embargo, gracias a las referencias que he podido espigar en Cartas del fervor (1999) –volumen que reúne la correspondencia que Borges mantuvo con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda entre 1919 y 1928- y en el rarísimo De la vida literaria: Testimonios de una época (1941) del argentino Manuel Forcada Cabanellas, creo que puedo ofrecer algunas divertidas instantáneas de las correrías sevillanas del joven Borges.


            Comenzando por las Cartas del fervor –fechadas todas en el antiguo Hotel Cécil- Borges se dirigió así a Maurice Abramowicz el 12.I.1920: "He hecho aquí algunos amigos, unos tipos muy amables, poetas ultraístas, fervientes adoradores de Baudelaire, Mallarmé, Pérez de Ayala, Apollinaire, Darío... y con ellos mucho he noctambulado, discutido, emitido juicios arbitrarios bajo los excelsos reverberos cuyas llamas de oro me hacen pensar (ultraístamente) en Budas fervientes que invocan la noche frondosa, he vaciado copas, inspeccionado bailes de prostitutas, comido churros, jugado e incluso ganado a la ruleta, y anteayer por la noche [he] visto el amanecer que se abría en una tormenta de luz sobre el Guadalquivir y transformaba los vidrios del pequeño café donde estábamos en raras y espléndidas vidrieras de púrpura y azul pálido". La pregunta obvia es: ¿desde dónde contempló Borges el río a través de los cristales, mientras bailaba el mujerío?

          La primera imagen que me viene a la mente es la de los cafés cantantes del casco antiguo, pero hacia 1920 ya no existían ni el «Café del Burrero» de la calle Tarifa ni el célebre «Café de Silverio» de la calle Rosario, y -en cualquier caso- desde ninguno de los cafés del centro podía divisarse el río a través de los cristales. No obstante, en Los cafés cantantes de Sevilla (1987), Blas Vega -estudioso de los escenarios del cante jondo de fines del siglo XIX y de principios del XX- nos habla de «El Berrinche», «El Sol Naciente» y «La Perla», entre otras tabernas flamencas del Altozano, como esa «Casa Rufina» que Fernando el de Triana recordaba nostálgico en Arte y artistas flamencos (1935). Por ello se me antoja verosímil que a Borges le sorprendió la rasca de las madrugadas en alguna taberna de Triana y que vio reverberar los primeros rayos del sol sobre el Guadalquivir, entre tangos y bulerías.

          Por otro lado, Manuel Forcada Cabanellas fue un olvidado escritor argentino que no destacó ni por su prosa ni por sus ficciones, sino por sus memorias dispersas en libros sobre la guerra civil española o las tertulias literarias de Buenos Aires y Madrid. En su Diccionario de las Vanguardias en España (1999) Juan Manuel Bonet le dedicó unas líneas donde aludía a su estancia juvenil en Sevilla, a sus colaboraciones en Ultra y Grecia y a su amistad con Borges, Valle Inclán y García Lorca. Precisamente, sobre cómo escribía sus primeros poemas el joven Borges, Manuel Forcada Cabanellas apuntó lo siguiente: "Furtivamente, temeroso de ser sorprendido en cualquier instante, creaba Borges en las floridas plazas, apuñaladas de ardientes pasiones moriscas, de la ciudad, o por los rincones anegados de silenciosas penumbras soñolientas de su hotel, sus primigenias inquietudes líricas vanguardistas. Un día –ya que actuábamos desde tiempo atrás, complotados con sus familiares, de cautelosos pesquesas- logramos arrancarle un hermoso poema -«Canción al mar»- el que publicó Vando-Villar en la revista «Grecia», desflorando así su incontenible y valioso estro lírico en Sevilla".

            Según Forcada Cabanellas, los ultraístas celebraban sus tertulias en el hotel de los Borges, aunque no para atraer al joven Jorge Luis, sino a su hermana Norah: "Con Adriano del Valle y Vando Villar iba yo con frecuencia al hotel –que creo recordar era el «Cécil», ubicado en la amplia y cuadrada plaza de San Fernando- en el cual se hospedaba Borges. En el «hall» del hotel, exornado con primorosas lámparas, cerámicas y tiestos sevillanos con claveles reventones, pasamos muchas tardes y veladas, cuyas tertulias inolvidables matizábanse con lecturas líricas, generalmente a cargo del admirable declamador oficial Adriano del Valle. En aquellas lecturas se alternaba con poemas de diversas tendencias estéticas para así complacer a la entonces adolescente hermana de Georgi, la actual fina artista Norah Borges de Torre..., que gustaba rematar por igual los finales de Apollinaire y Max Jacob, como los de Rubén, Nervo o Verlaine, con su deliciosa y característica exclamación argentina: «¡Oh, qué lindo, qué lindo!»".

          Una de esas noches, Forcada Cabanellas fue testigo de cómo Isaac del Vando-Villar, Adriano del Valle y otros gamberros del Ultra llegaron corriendo al antiguo hotel Cécil, exhaustos y muertos de risa porque "volvían íntimamente satisfechos de apedrear la casa y destrozar la rancia biblioteca del Cronista Oficial de la Ciudad, el entonces anciano poeta Luis Montoto y Rantenstrauch". Entre aquellos exaltados ultraístas también estaba Jorge Luis Borges, hecho un «cani» de la poesía ultraísta.

          He querido convocar esa imagen sudorosa y risueña del joven Borges, para comprender por qué no fue más amable con sus vivencias sevillanas: porque aquí escribió versos como piedras y lanzó piedras como si fueran versos.

Manuel FORCADA CABANELLAS: De la vida literaria. Testimonios de una época, Editorial Ciencia (Rosario, 1941).

Jorge Luis BORGES: Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores / Emecé (Barcelona, 1999).

Fuente : ABC de Sevilla  - 13-10-2007

 
Un Nobel de física que resultó borgeano

Por Alberto Rojo MUSICO Y FISICO. INVESTIGADOR Y PROFESOR DE LA OAKLAND UNIVERSITY



Leí la noticia del premio Nobel de física y pensé en Borges.

Por un lado, porque uno de los dos premiados, Serge Haroche, tiene conexión con Argentina -invitado por el físico Juan Pablo Paz, visitó Buenos Aires varias veces, dio cursos, compró cuadros de Silvia Flichman- y, por otro, porque s us resultados pertenecen a las sutilezas del mundo cuántico, cuyos enigmas parecen salidos -acaso lo sean- de un cuento de Borges.

En sus experimentos, Haroche usa una especie de horno a microondas, más chico que el de la cocina, y muchísimo más frío, a una temperatura cercana al cero absoluto, de modo que adentro haya un silencio lumínico casi total. Sus paredes son muy pulidas, para atrapar las microondas en reflejos múltiples de espejos opuestos. Haroche hace pasar por ese microondas un átomo que, al salir, deja en su interior una ínfima estela de luz.

Lo más interesante es que el átomo emerge vibrando, con su vibración en una insólita consonancia con la luz dentro del microondas, una conexión extrasensorial a la distancia . Y el átomo no sólo vibra entre dos posiciones, como los extremos de un columpio, sino que está en dos posiciones a la vez, y lo mismo con las partículas de luz del el microondas. Esa superposición, ese estado de entrelazamiento entre la luz y el átomo de Haroche, es exclusiva del mundo cuántico: no es que no sepamos en qué estado está el átomo, sino que está en varios estados a la vez . Y cuando se lo observa colapsa a uno definido, y hay información que se pierde, como “cesan los sueños cuando sabemos que soñamos”.


Uno de los logros casi mágicos de los experimentos de Haroche es manipular y controlar los átomos preservando el entrelazamiento cuántico: la cita del comité Nobel refiere a “innovadores métodos experimentales que permitan la manipulación de sistemas cuánticos”. Si esa manipulación fuera posible a mayor escala, podría construirse una computadora cuántica, donde ahora los “bits” (los unos y ceros de las operaciones lógicas) pueden estar, simultáneamente, en “uno” y en “cero”.

En 1994, el matemático Peter Shor demostró que una computadora cuántica podría resolver, en minutos, algunos problemas inalcanzables a las computadoras actuales. Una computadora cuántica aprovecha la superposición entre el estar y el no estar y así acelera el proceso de cómputo, como si estuviera haciendo operaciones simultáneas en universos paralelos.

Esa imagen es, para muchos físicos, extravagante; pero David Deutsch, uno de los promotores más famosos, sostiene que esa es la única manera de entender a una computadora cuántica. Y esa idea es borgeana: en “El Jardín de senderos que se bifurcan”, Borges propone un universo en constante ramificación, y se anticipa, literalmente, a la teoría de los universos paralelos propuesta luego por el físico Hugh Everett III. Le pregunté a Deutsch si había leído el cuento de Borges. “Lamentablemente no”, me contestó, “siempre tengo la intención de leerlo!” Sobre estos temas, Haroche es escéptico. “Pero si apretás a fondo a cualquier físico sobre las interpretaciones de la mecánica cuántica”, dice Juan Pablo -que, además de amigo de Haroche, es experto mundial en información cuántica-, “terminamos en los universos paralelos”.

Fuente : Clarín  - 17/10/12

 
Nobel de física 2012
Premio para el estudio experimental de sistemas cuánticos individuales.




El premio Nobel de física de 2012 ha sido concedido, de forma conjunta, a Serge Haroche y David J. Wineland por el desarrollo de métodos experimentales para la medición y la manipulación de sistemas cuánticos individuales.

Haroche y Wineland han inventado y desarrollado, de forma independiente, métodos que permiten medir y manipular partículas individuales sin alterar sus propiedades mecanocuánticas. Algo que hace un tiempo parecía imposible.

Los galardonados han abierto la puerta a una nueva era de experimentación en física cuántica al lograr la observación directa de partículas cuánticas individuales. En el caso de partículas de luz o materia, las leyes de la física clásica dejan de poder aplicarse y ceden el paso a la física cuántica. Pero las partículas individuales no pueden aislarse fácilmente de su entorno; pierden sus misteriosas propiedades cuánticas tan pronto como interactúan con el mundo exterior. Por tanto, muchos de los aparentemente extraños fenómenos predichos por la física cuántica no podían observarse directamente y los investigadores solo podían llevar a cabo experimentos que en principio pudieran manifestar dichos fenómenos.

Mediante sus ingeniosos métodos experimentales, Haroche, Wineland y sus colaboradores han logrado medir y controlar estados cuánticos de extrema fragilidad, a los que antes se pensaba que era imposible acceder mediante la observación directa. Los nuevos métodos les han permitido examinar, controlar y contar las partículas.

Sendas estrategias poseen rasgos en común. Wineland se sirve de luz (fotones) para atrapar, controlar y medir átomos dotados de carga eléctrica (iones). Haroche opta por lo contrario: utiliza átomos para controlar y medir fotones (partículas de luz) atrapados.

Ambos galardonados trabajan en el campo de la óptica cuántica (estudian la interacción fundamental entre luz y materia), un campo que ha experimentado un notable avance desde mediados de los ochenta. Sus métodos revolucionarios han sentado las bases para la construcción de un veloz computador basado en las leyes cuánticas. Quizás el ordenador cuántico cambiará nuestras vidas de un modo tan radical como lo hizo el ordenador clásico en el siglo pasado. La investigación también ha redundado en la construcción de relojes de suma precisión (más de cien veces más precisos que los actuales relojes de cesio), que podrían convertirse en la base futura para un nuevo patrón para la medida del tiempo.

Fuente : Investigación y Ciencia – 9/10/2012

 

lunes, 22 de octubre de 2012

BORGES Y EL SALTO ORIENTAL 


 Referir sobre la amistad de Jorge Luis Borges con las tierras, los hombres y las letras del Uruguay corre hoy el riesgo de constituir un incómodo lugar común. Existe, sin embargo, un sitio del país con el que el escritor argentino trabó una relación muy estrecha sobre la que muy poco se ha escrito y cuya historia permanece, salvo para unos pocos, en gran medida silenciosa e ignorada: se trata de sus contactos con Salto, la apacible y en ocasiones monótona ciudad costera del noroeste del país.


En esta historia, como es natural, abundan los detalles biográficos. A desdén de las reiteradas invitaciones hechas por la familia de su amigo Adolfo Bioy Casares para que veraneara en su casa junto a las playas de Mar del Plata -a las que irónicamente consideraba "un terreno baldío donde la gente se pasea en paños menores"-, Borges solía disfrutar de las temporadas veraniegas en compañía de su madre, doña Leonor Acevedo, en la finca Las Nubes, propiedad de su amigo Enrique Amorim, marido de su prima Esther Haedo, en la ciudad de Salto. Como el propio Borges lo ha referido, confusos recuerdos de esa finca se mezclan con otros de un hotel de Adrogué en el relato policial "La muerte y la brújula". Borges no solía referirse a la ciudad llamándola simplemente "Salto", como es de rigor entre sus habitantes, sino a través de la fórmula "Salto Oriental", que amén de ser indudablemente más poética, posee un resabio masónico con el que el escritor simpatizaba (en Concordia, la hermana ciudad de Argentina, existe todavía una calle que da cuenta de este arcaísmo).

Hacia la década de los treinta, Borges realizó, desde allí, una serie de viajes por el norte del Uruguay con Amorim; en las localidades de tierra adentro de Salto, Tacuarembó y Rivera declaró haber conocido la última frontera gaucha –que algunos viejos orientales, siguiendo una inflexión brasilera, pronuncian gaúcha- y los últimos especimenes genuinos de la estirpe de los criollos todavía no contaminados por la imaginería y la mitología popular. Como sucedía con cada uno de sus viajes, el escritor dejaría constancia de ellos en su obra y de tal suerte aquellas zonas del Uruguay se transformarían, más tarde, en escenario de muchos de sus cuentos, como "Funes el memorioso", "El muerto", "El Congreso" o "La forma de la espada". Cierta vez, en una entrevista, declaró que fue precisamente en una estancia del Salto donde vio por primera vez morir a un hombre, en un auténtico duelo criollo, víctima de una profunda puñalada.
     Existen también algunos textos de Borges escritos en Salto, presumiblemente, desde Las Nubes. Nuestras notas registran, por lo menos, tres:
     El primero es el magnífico ensayo titulado "La doctrina de los ciclos", fechado en "Salto Oriental 1934", contenido en el libro Historia de la Eternidad (1971) y que es un tan ingenioso como erudito intento de refutar la doctrina cosmogónica nietzcheana del eterno retorno y del tiempo circular. El segundo, es un ocurrente "Prólogo" a una edición de El Paso de los Libres, de don Arturo Jauretche, fechado en "Salto Oriental, noviembre 22 de 1934" e incluido más tarde en el volumen Textos Recobrados (1931-1955), en el que Borges intenta razonar la lógica de la patriada, operación valerosa y condenada de antemano al fracaso que no debe ser confundida ni con su congénere el cuartelazo, ni mucho menos con las operaciones militares de orden común. Finalmente, el tercero, universalmente famoso, es la primera parte –antes de la paradójica "Posdata de 1947"- del relato fantástico "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", fechado en "Salto Oriental, 1940", que describe un universo imaginado e interpolado paulatinamente en la realidad por una sociedad secreta de sabios de todas las disciplinas, dirigidos y organizados por un oscuro hombre de genio y que es la primera pieza del libro El jardín de senderos que se bifurcan (1941).
      
Asimismo, se conservan también algunas cuantas cartas de Borges a destinatarios salteños. En una de ellas, muy conocida, el escritor se dirige a su amigo Enrique Amorim para agradecer y al mismo tiempo disculparse por no poder aceptar una invitación de éste a Las Nubes a pasar las fiestas:

"¡Salve! Muchos agradecimientos están puerteando y viendo quién pasa primero en esta carta. Voy a empezar por mi gratitud por tu artículo, tan generoso, tan resuelto para elogiar. Me ha alegrado de veras.
Voy a lo otro: claro que acepto tu invitación al Salto. Pasa –sin embargo- que tengo el mes de diciembre ocupado por razones de tarea, de Navidad forzosamente familiar, de mudanza de año. ¿Qué te parece por enero la cosa?
Ya de antemano, me están gustando el Salto y Las Nubes. Aquí –salvo la desvelada revista de Córdova Iturburu, Argentina- todo está como era entonces, muy dormilón.
Afectos a Esther. Un abrazo de tu compañero
 Jorge Luis Borges"

Igualmente, se han conocido algunas cartas escritas por Borges desde Salto. Estela Canto, antigua novia del escritor, ha dado a conocer algunas que éste le había enviado desde la finca Las Nubes, en su indiscreto y polémico volumen Borges a Contraluz.
     
En una de ellas, pródiga en demostraciones de afecto y de buena literatura, Borges expone algunas fugaces impresiones del paisaje salteño y algunas actividades que ha desarrollado allí:

"No he hallado otro papel de cartas en Las Nubes que éste con un membrete de Denver, donde (según me informa Enrique Amorim...) nació Buffalo Bill. Fuimos en vapor hasta Concepción; de ahí, en tren por llanuras de tierra roja, con caballos y altas palmeras, a Concordia; de Concordia al Salto, en una lancha".


Asimismo, intercala Borges en la carta algún breve comentario sobre el aplastante y por ello tristemente célebre calor del verano salteño: "Estamos como sitiados por el verano", escribió.
      
En otra de esas cartas, de tono muy triste, Borges lamenta nostálgicamente que la negligencia de su querida, quien no le había enviado una sola línea, no le permita disfrutar completamente de las bellezas de los paisajes salteños:

"Estela adorada:

Indigno de las tardes y las mañanas, hateful to myself, indigno de los días incomparables que he pasado contigo, indigno de los lindísimos lugares que veo (el Hervidero, el Uruguay, las cuchillas con algún jinete, las quintas), paso días de pena, de incertidumbre".

Canto refiere también que, en una de esas ocasiones en Salto, Borges se hizo tomar una instantánea practicando natación en el río Uruguay y se la envió, con un primer borrador de los cuatro últimos versos del "Poema del cuarto elemento" -incluido con ligeras modificaciones en su volumen El otro, el mismo (1969)- escritos detrás:

"Agua, te lo suplico. Por este soñoliento
nudo de numerosas palabras que te digo,
acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo.
No faltes a mis labios en el postrer momento"

Por lo demás, la actividad de dos de los mayores escritores salteños tampoco fue del todo desconocida para Borges. A uno de ellos, a Horacio Quiroga, siempre lo tuvo en poca estima, y lo consideraba, con más malicia que fortuna, una "superstición uruguaya" y "un parodista involuntario de Kipling y de Poe". A su amigo Enrique Amorim, en cambio, no vaciló en señalarlo como uno de los únicos escritores latinoamericanos cuya obra merecería ser recordada. Acerca de su novela El Paisano Aguilar, declaró que es la única importante que sucede a la perfección y apoteosis del género gauchesco, que -luego de una larga tradición que incluye nombres tan altos como los de Hidalgo, Ascabusi, Del Campo, Lussich, Hernández y Gutiérrez- ocurre con el advenimiento de Don Segundo Sombra, de Güiraldes. Igualmente, en su célebre "Prólogo" a la edición alemana de la novela La Carreta de Amorim, Borges señaló que su materia es "la actual campaña oriental: la dura campaña del Norte, tierra de gauchos taciturnos, de toros rojos, de arriesgados contrabandistas, de callejones donde el viento se cansa, de altas carretas que traen cansancio de leguas. Tierra de "estancias" que están solas como un barco en el mar y donde la incesante soledad aprieta a los hombres".
      
Quienes hayan recorrido el interior del departamento, podrán reconocer en estas líneas, más que estériles ejercicios del elogio y la alabanza literaria, el sabor de una atenta y meticulosa descripción de un color local.


 Fuente : Diego Moraes
Texto originalmente publicado en la revista La Ventana Magazine, Salto - Uruguay, 2005 (ps. 8- 10).

sábado, 20 de octubre de 2012

De cañas con los grandes 
 
¿Cómo sería irse de cañas con Rulfo, Vargas Llosa, Octavio Paz, García Márquez, Cortázar, Carlos Fuentes y Borges? Nunca más lo sabremos, pero el gran caricaturista mexicano Abel Quezada (el inventor del tapado) los imaginó tomándose un café para la revista del New York Times. Este trabajo puede verse en Madrid, forma parte de la exposición La libertad y la vida, sobre el premio Nobel peruano.

Soy poco afecto a las exposiciones sobre escritores, pero ésta vale la pena tan solo para ver la portada de Quezada. Yo, por supuesto, jamás me he ido de cañas con ningún grande.


Lo más cerca que he estado fue una vez, en el añorado bar Santander, que estaba en Augusto Figueroa (ahora hay en su lugar una zapatería cool, signo de cómo ha evolucionado el barrio de Chueca).

Era un bar de los de antes, con cañas golpeadas en mármol y pinchos del norte. Entramos mi chica y yo, que éramos fijos, y vimos que en la barra estaba Bryce Echenique. Nos dio mucho gusto verlo, pues por esas fechas devorábamos sus libros. Somos algo tímidos y sobre todo respetamos los momentos de soledad de los escritores; no vaya a ser que estén pensando en una gran idea y se la arruinemos con nuestra interrupción.

Pero sí hubo un momento que nuestras miradas se cruzaron. Yo solo atiné a levantar un poco la tercera caña y decirle, inclinando la cabeza: “Maestro”. Él contestó con otro movimiento y siguió bebiendo a solas.

Fuente :  http://monosherrera.wordpress.com/2011/11/10/de-canas-con-los-grandes/

 

lunes, 15 de octubre de 2012

Los hermanos Borges: años y afanes españoles

 por Juan Manuel Bonet



En el apéndice de sus interesantísimos Taccuini 1915-1921 póstumos (1987), dando cuenta de su «tournée» latinoamericana de 1926, F. T. Marinetti, en la escala de Buenos Aires, se refiere a un encuentro con el «fidanzato di Norah Borges», presumiblemente Guillermo de Torre, que estaba de paso. A ella la califica de «pittrice debole» que «imita Laurencin». Y añade: «Il fratello Borges è presente. Timido ironico con occhiali neri». Curiosa esta aparición: Borges, del que nada se dice como escritor, como hermano de Norah, y no a la inversa, como suele suceder.

Jorge Luis Borges: «Cuando en Ginebra o Zurich, la fortuna quiso / que yo también fuera poeta», escribiría años después en su poema «La luna», de El hacedor (1960). Efectivamente el aprendizaje de la pintura y de la poesía moderna había empezado para los hermanos Borges en la neutral Ginebra, donde pasaron, en compañía de sus padres, los años 1914-1918, es decir, los de la Primera Guerra Mundial. Allá hojearon y leyeron las revistas expresionistas y pacifistas. Mientras Jorge Luis traducirá algunos poemas de ese signo para las revistas españolas Cervantes y Grecia, las maderas y los linóleos de Norah, que había estudiado con el escultor Maurice Sarkisoff en la École des Beaux-Arts, y artes decorativas con Madame Cateret, y en Lugano con Arnaldo Bossi, revelan influencias similares: la de las xilografías de los expresionistas alemanes y también de las del flamenco Frans Masereel.

Palma de Mallorca, Sevilla y Madrid fueron las ciudades españolas donde residieron los Borges —no entro en detalles respecto de esas estancias—, entre 1919 y 1921.

En 1919, Borges publicó «Himno del mar», su primer poema, escrito en Mallorca, y un tanto whitmaniano, en la revista ultraísta sevillana Grecia, cuyo director era Isaac del Vando Villar (terminaría trasladándola a Madrid), al cual volvería a ver durante una gira de propaganda ultraísta que en 1922 condujo al futuro autor de La sombrilla japonesa a orillas del Río de la Plata, donde ya en 1919 había pregonado ese evangelio en las páginas del único número de Los raros, la revista del «calamitoso» (Borges dixit) Bartolomé Galíndez. Otra publicación sevillana en la cual colaboró el argentino fue Gran Guignol. Pedro Garfias y Adriano del Valle fueron otros dos de sus amigos sevillanos. Ya en Madrid, encontramos su firma en Cervantes,en Cosmópolis, en Reflector, en Tableros, en Ultra... No olvidemos tampoco la coruñesa Alfar.

Siempre digo que si en una novela a alguien se le ocurre inventar a un poeta nacido en una ciudad de provincias española, y amigo de Federico García Lorca, de Jorge Luis Borges y de Fernando Pessoa, no nos lo creeríamos. Pues bien, ese poeta existió, y se llamó Adriano del Valle. Nadie más estuvo en esa encrucijada. Compañero de estudios de García Lorca en la Facultad de Derecho de Granada, le está dedicado el citado «Himno del mar» de Borges, y en la Lisboa de 1923 tradujo al castellano, con Pessoa, la poesía de Mário de Sá-Carneiro. Adriano del Valle, además, pretendió a Norah, a la cual dedicó, en Grecia, dos composiciones encendidas. Norah, por su parte, realizó una cubierta para El jardín del centauro, poemario del sevillano que se quedó en proyecto. Era la época —otoño de 1919— en que la familia Borges pasaba una temporada en Sevilla, en el Hotel Cécil de la Plaza de San Fernando (hoy Plaza Nueva), espacio urbano que encontraremos representado en un precioso dibujo a tinta china de la pintora, aparecido en 1927 en la revista onubense Papel de Aleluyas, que codirigían Rogelio Buendía, Adriano del Valle nuevamente y Fernando Villalón. En la vecina Córdoba, Norah Borges visitó a Julio Romero de Torres, del cual sería luego alumna en Madrid, en San Fernando.

En Madrid, Borges trató asiduamente, en la época en que andaba componiendo su libro, a la postre nonato, Ritmos rojos —al cual iban destinados poemas como «Trinchera», «Rusia», «Gesta maximalista» y «Guardia roja»—, a otro sevillano, este madrileñizado y de una generación anterior. Obviamente me refiero a Rafael Cansinos Assens, al cual bautizó con fórmula definitiva: «irónico padre del ultraísmo». Fue Pedro Garfias quien a comienzos de 1920 le presentó a Borges, en el Colonial, a Cansinos. Bellísima la composición con Viaducto («Larga y final andanza sobre la exaltación arrebatada del ala del viaducto», y así sucesivamente) que Borges le dedicaría al «senior», primero en Proa en 1924, y luego en su segundo poemario, Luna de enfrente (1925); en 1964, habrá otra, de carácter judáico, en El otro, el mismo. Siempre en 1925, uno de los capítulos de Inquisiciones versa sobre él, y otro («La traducción de un accidente») sobre la permanente disputa Cansinos-Ramón, mientras en El tamaño de mi esperanza encontramos otro texto sobre la novela cansiniana en clave Las luminarias de Hanukah. Todavía más que por su condición de profeta ultraísta, está claro que Borges conectó con Cansinos, por el lado de lo judío. En 1922 Borges le comunica a Jacobo Sureda su entusiasmo ante El movimiento V.P., la sátira cansiniana del ultraísmo. En 1968, entrevistado por Rita Guibert para Life, Borges definirá a Cansinos como «alguien que ha influido mucho en mí» y como «un judío andaluz, contemporáneo de todos los siglos».

En 1915 Cansinos había figurado, como puede comprobarse repasando la Proclama de Pombo —uno de cuyos ejemplares se encuentra en el ARCA, es decir, en el Archivo Cansinos—, entre los fundadores de aquella tertulia ramoniana sabatina. Sin embargo las relaciones entre Ramón Gómez de la Serna y él no iban a tardar en deteriorarse. Por lo demás, Ramón nunca simpatizó demasiado con el ultraísmo, aunque colaboró en varias de sus revistas, y aunque no pocos de los ultraístas frecuentaron Pombo, como fue el caso de Guillermo de Torre, o del propio Borges, que en 1925 publicó en Martín Fierro —y luego incluyó en Inquisiciones— una reseña del segundo volumen ramoniano sobre la tertulia. En ella constata la presencia en él, «en sus páginas hechas de filas de retratos de pasaporte», de la silueta de «un ya perdido J.L.B. lleno de reticencias y cavilaciones posibles». El carácter un tanto monstruosista de la tertulia, no iba por lo demás con su carácter. «Pudoroso, reservado, demasiado bien educado Borges no puede participar del grotesco ramoniano», escribe Saúl Yurkievich.

En 1920, Borges colaboró en la redacción de un poema colectivo enviado desde Madrid a Tristan Tzara, y en el cual participaron además Evaristo Correa Calderón, Pedro Garfias, Tomás Luque, Eugenio Montes, Guillermo de Torre y el inglés L. Walton.

Otro ultraísta —más bien habría que decir: ultraizante— al cual trató y estimó un Borges noctívago, Pedro Luis de Gálvez, que sale en su poema «Insomnio», aparecido en 1920 en Grecia, y que es el protagonista del hasta hace poco inédito «Pedro-Luis en Martigny», donde lo califica de «rufián y caballero», y que le envió a su amigo suizo Maurice Abramowicz. Abelardo Linares ha recordado cómo Borges, en el Buenos Aires de los años ochenta, le recitó un soneto de Gálvez.

En Palma, Borges frecuentó a Juan Alomar, Fortunio Bonanova (entonces Josep Lluís Moll), Miguel Ángel Colomar, Ernesto Dethorey y Jacobo Sureda —qué maravilla, en Cartas del fervor (1999), las dirigidas a este último—, a los cuales contagió el ultraísmo. Norah, por su parte, influenciada por el pintor sueco Swen R. Westman, tiene algún bonito grabado mallorquín, y pintó un pequeño mural al carboncillo en el Hotel des Artistes, de Valldemosa, donde se alojó la familia, mural que se conserva hoy en Palma, en Es Baluard. Desapareció en cambio Las campesinas de Mallorca, pintura al fresco de mayor empeño, en colaboración con Westman, ubicada en el Hotel Continental de la capital balear, donde la familia también se alojó. Es interesante comprobar que la catedral palmesana inspira tanto a Borges, que le dedica un poema, aparecido en 1921 primero en Baleares y luego —con alguna variante— en Ultra, como a su hermana, que a partir de tan inconfundible mole realizó un grabado que en 1922 se publicaría en Tableros. También es mallorquín el pretexto de una prosa borgiana aparecida en 1921, asimismo en Ultra, y titulada «Casa Elena (Hacia una estética del lupanar en España)».

Norah Borges, por su parte, terminó eligiendo como marido a aquel «fidanzato» citado al comienzo de estas líneas: a Guillermo de Torre, el auténtico cerebro del ultraísmo, cuyo «Manifiesto vertical», aparecido en 1920 como suplemento al último número de Grecia, y reseñado no sin distancia y no sin ironía por Borges en Reflector, había ilustrado la pintora con Barradas; Guillermo de Torre que en Hélices (1923), su único poemario, una de cuyas composiciones está dedicada a Borges —cuya opinión sobre el libro sería muy negativa: ver una de sus cartas a Sureda—, había calificado nada menos que de «fémina porvenirista» a quien fue, con Barradas nuevamente, y con Vázquez Díaz, responsable de la parte plástica del volumen. Cuando en 1925 su futuro cuñado publique Literaturas europeas de vanguardia, Borges lo reseñará en tono agridulce en Martín Fierro, recogiendo luego el texto, uno más, en Inquisiciones, que por cierto —esto es una auténtica galería de espejos— sería reseñado por Guillermo de Torre en Alfar.

Presencia de Norah Borges, en las revistas ultraístas: Alfar de La Coruña, Grecia, Horizonte, Plural, Reflector, Ronsel de Lugo, Tableros, Ultra... Además de Guillermo de Torre y de Adriano del Valle, alabaron por aquel entonces su arte el pombiano Manuel Abril en Alfar y el propio Isaac del Vando Villar en Grecia.

Una vez reinstalado en Buenos Aires —«más que un regreso fue un redescubrimiento», escribiría años después en su autobiografía—, Borges se puso a la tarea de contagiar de ultraísmo a los nuevos poetas argentinos. En los dos números de su revista mural Prisma (1921-1922), que se pegaba en las calles de la ciudad, incluye, junto a ejemplos de esa primerísima cosecha ultraísta argentina (Eduardo González Lanuza, Guillermo Juan, Norah Lange, Francisco Piñero, más naturalmente él mismo) y chilena (Salvador Reyes, Rafael Yépez Alvear), poemas de los españoles Pedro Garfias, José Rivas Panedas, Jacobo Sureda, Guillermo de Torre y Adriano del Valle. De la biblioteca de Adriano del Valle procede la colección de Prisma que compré para el IVAM. En cuanto a Proa —Borges quería haberla llamado Inquisición—, durante su primera etapa tipográficamente era copia literal de Ultra de Madrid. Pero poco a poco Borges va arrumbando la poética ultraísta. Aunque en 1926 figura como coautor con Alberto Hidalgo y con Vicente Huidobro, del maravilloso Índice de la nueva poesía americana, hoy sabemos que el papel principal de articulador del mismo le correspondió a Hidalgo.

Reencuentro paralelo, por parte de los dos hermanos, con la ciudad natal. Paralelismo subrayado por la definitiva cubierta que Norah le puso a Fervor de Buenos Aires (1923), el primer —y genial— poemario borgiano, fruto de ese reencuentro, y la obra maestra en verso de la generación martinfierrista, dentro de la cual muchos otros poetas iban a intentar esa conversión del callejero, y especialmente del callejero suburbial, en materia del poema, algo que ya había intentado, con resultados notables, el posmodernista y prosaísta Baldomero Fernández Moreno en Ciudad (1917). En el libro hay un poema, «Arrabal», dedicado a Guillermo de Torre. También de Norah sería, dos años después, la cubierta del segundo poemario de su hermano, el ya citado Luna de enfrente.

En Europa, uno de los primeros en detectar y decir, en términos entusiastas, la importancia de Fervor de Buenos Aires fue Ramón Gómez de la Serna, que al año siguiente de su aparición lo reseñó en Revista de Occidente, mientras Enrique Díez-Canedo hacía otro tanto en el semanario España. Cansinos, por su parte, reseñaría conjuntamente ese libro y Luna de enfrente, en un ensayo recogido en el tercer tomo (1927) de La Nueva Literatura. Ramón evoca al Borges que se sienta en los divanes de Pombo, y enseguida surge Norah: «Jorge Luis se me presenta siempre unido a su hermana Norah, la inquietante muchacha con la misma piel pálida del hermano y como él perdida entre las cortinas, atisbando las cosas de la noble casa de los Borges», y así sucesivamente. Ramón manifiesta su deseo de ir a comprobar si existe, dentro de Buenos Aires, ese Buenos Aires borgiano. Ramón, por lo demás, iba a publicar, en 1932, en el primer número de Arte, la revista de la SAI, un excelente texto sobre una Norah recién reintegrada a la escena madrileña. Ramón siempre había esperado, para escribir sobre la pintora, ese momento: conocer Buenos Aires, de donde por lo demás había vuelto enamorado de Luisa Sofovich. Familiarizado ya con las calles y plazas de la gran metrópolis austral, se siente capacitado para escribir sobre la pintora que la reinventa en sus cuadros y en sus grabados. De destino porteño él mismo a partir de 1936, en 1945 Ramón publicaría en Losada una monografía sobre Norah, que es como una ampliación de ese texto de 1932, incorporado por cierto al libro, al igual que su reseña de Fervor de Buenos Aires. Ramón considera que Norah había empezado a encontrar el camino de su retorno al país natal con Romero de Torres.

Si como vemos para Ramón Fervor de Buenos Aires hizo nacer su deseo de conocer la capital argentina, y la pintura de Norah quedó por siempre asociada para él a su descubrimiento de la misma, es interesante leer en ese contexto un texto borgiano de 1925, aparecido en un suplemento color naranja de cuatro páginas, publicado por Martín Fierro con motivo de un anunciado viaje argentino del madrileño, que finalmente no se produjo porque Ortega y Gasset, que iba a haberlo acompañado, desistió del mismo. Los restantes colaboradores de aquel suplemento fueron Francisco Luis Bernárdez, Alfredo Brandán Caraffa, Arturo Cancela, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Ricardo Güiraldes, Alberto Hidalgo, Evar Méndez, Sergio Piñero hijo y el arquitecto Alberto Prebisch. Interesante, sobre todo, comprobar que Borges «porteñiza» a Ramón. Reproduzco a continuación este texto poco conocido, titulado «Para el advenimiento de Ramón»:

«De cierto genovés (que para congraciarse con Paco Luis, nació a medias en La Coruña), dicen que descubrió el continente. Se ha exagerado mucho la cosa. Carriego descubrió los conventillos, Bartolomé Galíndez el Rosedal, yo las esquinas de Palermo con instalación de puestas de sol, Lanuza cualquier pájaro. De Luis María Jordán se afirma que es el inventor de la siesta. La entereza de América, sin embargo, está por descubrir y el descubridor ya es Ramón y el doce de octubre de veras caerá este año en agosto.

Lo sabremos todo por él. Por él sabremos la querencia del Ángel que en los instantes más perdidos del alba, atorra por el corso del Cabildo y se roba las serpentinas para los venideros arcoiris. Por él sabremos que Santos Vega no ha muerto, pero que está tan lejos, tan hundido en la incansabilidad de la pampa, que el rumor de su guitarreo llega a nosotros disfrazado de brisa y pone ansiosas y carnales las noches. Por él sabremos que ese resplandor en las tardes no es la puesta del sol, sino las crenchas rojas de Norah Lange, que vive en el oeste. Por él sabremos el influjo del organito en el acriollamiento y en el canto de los gorriones gringos. Por él sabremos que la gran Cruz del Sur no es otra cosa que un velorio pobre, de barrio. (Él te dirá el milagro que habrá visto tu novia para tener los ojos tan lindos.) Por él sabremos el renegrido secreto que ha emboscado en su barba renegrida Horacio Quiroga. Por él sabremos de qué aburridero de qué aula, de qué verso de Rojas sale ese tedio que recarga los domingos urbanos. Por él sabremos que volverá a la presidencia Irigoyen, pues tiene la complicidad no solamente de los hombres, sino también de las cosas de Buenos Aires: de los zaguanes, de las verjas, de las camas donde se engendra, del patio. Todo eso y mucho más ha de revelarnos Ramón, el hombre de ojos radiográficos y tiránicos, solo asemejables a los que tuvo ese otro debelador de esta América: don Juan Manuel de Rosas».

En 2009, la recientemente desaparecida May Lorenzo Alcalá, gran estudiosa de la modernidad rioplatense, publicó, en Eudeba, un buen libro —su último libro— sobre Norah Borges: La vanguardia enmascarada, en el cual, a la hora de abordar lo que pertinentemente designa como las «cartografías» de la pintora, analiza una carta de 15 de diciembre de 1925, en la cual Norah le cuenta a su novio cómo es su barrio: «Te envío otro mapita de los alrededores de casa, donde anduve hoy con Elenita. Hay rincones divinos, casas antiguas, jardines con palmeras que bajan hasta el río, antiguas iglesias, casas modernas, estilo colonial. Una tiene una ventanita de reja que da a un jardín donde se pasea un pavo real. ¿Me dejarás llevarte por ahí y mostrarte todo?». Y a continuación, un plano dibujado, en que concreta lo anunciado en esta lista.

Además del amor por la ciudad natal, los hermanos compartieron el amor por Montevideo, «el Buenos Aires que fue», en definitivas palabras de Borges, que escribió sobre la pintura de Pedro Figari, y que fue amigo de muchos escritores uruguayos, destacando Ildefonso Pereda Valdés, retratado por Norah en el frontispicio de su mejor poemario, La guitarra de los negros (1926), que sería reseñado en Martín Fierro por Borges, dedicatario de una de las composiciones y futuro epiloguista, con un gran texto, de la imprescindible Antología de la moderna poesía uruguaya (1927) del mismo autor. Entre los cuadros que prefiero de la pintora, su encantador Montevideo (1929). Ese uruguayismo no pasaría desapercibido a los ojos de Ramón. En su artículo para Arte, Ramón ve a Norah «subida en las terrazas de Buenos Aires y Montevideo». «Recorriendo las calles perdidas de Buenos Aires, paseándome por los barrios dulces de Montevideo, me daba cuenta de cómo había sido interpretado por Norah lo idílico de aquellas luces», y así sucesivamente, con enumeración de barrios porteños, y nostalgia de Madrid y Cádiz: «Me sentía en Carabancheles de antaño, mezclados a un poco de Andalucía, a algunos hotelitos de la Caleta».

Mi primer viaje a Buenos Aires, septiembre de 1990. Un día borgiano: mañana con Norah Borges, almuerzo con Adolfo Bioy Casares en La Biela, y cena con María Kodama en Mondrian, el desaparecido restaurante que fue propiedad de Alejandro Manara. En su apartamento de la calle Paraguay, Norah Borges me recibe rodeada de cuadros, de grabados, de libros... Hablamos de Madrid, de Sevilla, de Córdoba y de Romero de Torres, del ultraísmo. Pero salvo de Adriano del Valle y de Guillermo de Torre, no me cuenta casi nada de los ultraístas españoles, de algunos de los cuales citaba sin embargo versos. «Pero usted ¿conoció a los ultraístas?». «Tenga usted en cuenta, joven, que en aquella época, las señoritas... no íbamos al café».

Fuente : Nueva Revista número 136
Enero 2012


 

sábado, 13 de octubre de 2012

“Borges & Piazzolla en Nueva York”

Uno fue acaso el erudito más grande del siglo XX, uno de los escritores más respetados en el planeta. El otro, un revolucionario del tango, que venció todas las críticas hasta convertirse en uno de los compositores modernos más interpretados y admirados. Genialidad por dos: el mejor y el mejor, en la Capital del mundo. Borges y Piazzolla llegaron otra vez a Nueva York para contar secretos de Buenos Aires.

Se trata de “Borges & Piazzolla en Nueva York”, una serie de actividades organizadas por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenoa Aires para difundir los atractivos culturales y turísticos porteños. Las encabeza el ministro Hernán Lombardi, junto a la viuda de Borges, María Kodama, y a Daniel “Pipi” Piazzolla, nieto de Astor, baterista y director de Escalandrum, el sexteto de jazz que reversiona temas del bandoneonista que murió hace 20 años.


Algún atisbo del atractivo del tango en la Gran Manzana ya se pudo anticipar. Mientras los integrantes de la comitiva se sacaban fotos en Times Square junto con la pareja conformada por Viviana Laguzzi y Esteban Domenichini (dos bailarines argentinos de tango que trabajan en Nueva York), cientos de turistas de todo el mundo aprovechaban para filmar y sacar sus propias imágenes.

La primera de las actividades oficiales fue la apertura de la muestra “El Atlas de Borges”, una selección de las fotos que María Kodama tomó en sus viajes con el escritor. La inauguraron el jueves en el Instituto Cervantes, donde seguirá hasta el 18 con entrada gratuita.

La muestra ya recorrió más de 20 ciudades, y no parece casual que finalmente haya llegado hasta aquí: “Borges adoraba Nueva York, era la ciudad a la que le había cantado Walt Whitman, el poeta al que él tanto admiraba”, explicó Kodama. En la exhibición se pueden ver varias fotos muy particulares, por ejemplo una en la que un Borges ya mayor está a punto de comenzar una viaje en globo en el valle de Napa, en California, y otra en la que al escritor se lo ve con una careta de lobo, en una fiesta de Halloween.

La segunda actividad fue en la America’s Society, una fundación que se encarga de difundir en EE.UU. la cultura latinoamericana. Tras la presentación de la pareja de tango, en la elegante sede de Park Avenue, propiedad de la familia Rockefeller, hubo una conferencia ante unas 80 personas. Kodama, Pipi Piazzolla y Lombardi expusieron sobre la importancia de ambos artistas para Buenos Aires y su legado en la actualidad. “Borges y Piazzolla tienen muchos signos en común. Fueron consecuencia y causa de lo que hoy es Buenos Aires, a la que es imposible pensar sin la influencia de ambos artistas”, aseguró el ministro, quien le contó a la audiencia que el tango es desde 2009 Patrimonio Intangible de la Humanidad, declarado por la UNESCO, y enumeró las diferentes actividades que el Gobierno porteño lleva adelante para difundir la cultura tanguera, desde la organización del Festival y Mundial de Tango cada agosto hasta la preservación de partituras originales.

“En mayo toqué en Rusia, donde Libertang o es más famoso que el ‘arroz con leche’. Y en Austria me encontré en la calle con chicos carenciados tocando temas de mi abuelo con el acordeón para juntar monedas. Estoy emocionado, es mágico estar en Nueva York, donde mi abuelo se crió y vivió”, comento Pipi Piazzolla. Para cerrar, Escalandrum tocó los temas Lunfardo y el clásico Adiós Nonino .

Pero el plato fuerte musical llegó anoche, cuando Escalandrum presentó en el Birdland, el mítico club de jazz de la calle 44, el espectáculo “Piazzolla plays Piazzolla”. Un dato más para dar fe de la relevancia internacional del genial Astor: la banda tuvo como invitados al clarinetista cubano Paquito D’Rivera y la cantante alemana Ute Lemper.

Fuente : Tres Lineas
Pablo Novillo.


 
Boltanski Buenos Aires / Flying books / Homenaje a Borges

El espacio que fuera la sala central de lectura del edificio de la ex Biblioteca Nacional ha sido elegido para este Homenaje a Borges materializado en la instalación sitio específico: Flying books. Un conjunto de aproximadamente 500 libros estarán suspendidos en este espacio, volando y meciéndose con una tenue brisa restaurando con sus presencias, colores, formas y tamaños y el sonido del movimiento de esos miles de hojas, la vida de un espacio singular. Durante los dos meses que esté expuesta esta instalación se seleccionarán una serie de conciertos y ballets contemporáneos que tendrán lugar en este espacio y a su vez se invitará a los ballets a integrar la instalación al trabajo de danza.


Boltanski, el artista, del que se presentan cuatro muestras en Buenos Aires, recordó los lazos que lo unen a la Argentina: en primer lugar, la admiración por Borges (una de las exposiciones se desarrolla en la ex Biblioteca Nacional de la calle México, de la que Borges fue director), la amistad con el pintor Antonio Seguí y con otro artista al que Boltanski quería mucho porque, de algún modo, sus obras tenían puntos comunes, el argentino Jack Vanarsky (1936-2009), cuyas esculturas animadas aluden al universo borgesiano. Una de las obras de éste, el Libromundo , está compuesta por hojas en distinto estado de conservación, de distintos volúmenes y épocas, animadas por un motor invisible. Las páginas cobran una vida inusitada e inquietante, parecen moverse solas, plegarse y respirar. Esa escultura excepcional fue inspirada por los relatos de Ficciones . En un aparte, Boltanski comentaba que quisiera venir a la Argentina en otra oportunidad para crear una instalación dedicada a Vanarsky en lo que fue el escritorio de Borges en la calle México. "Quisiera destacar la influencia que tuvo en Jack la concepción de 'La biblioteca de Babel'. Él estaba obsesionado con la idea de convertir ese universo en una escultura. Hace tres años que Vanarsky murió y no me resigno."

 Boltanski Buenos Aires / Flying books / Homenaje a Borges
Centro Nacional de la Música, ex BIBLIOTECA NACIONAL
México 564 C.A.B.A
Martes a domingos de 10 a 13hs. y de 16 a 20hs.


Fuente : Universidad Nacional de Tres de Febrero
La Nación.com


 
El genio literario de Borges se encuentra con el genio de la música de Piazzolla

Homenaje en Lecce – Italia

Salentango-Lecce (Associazione Culturale di Tango Argentino), in collaborazione con il Comune di Lecce - Assessorato alla Cultura, organizzano "Autunno Portegno", un omaggio ad Astor Piazzolla nel ventesimo anno dalla sua scomparsa, una rassegna con concerti, incontri, seminari.


La rassegna è organizzata con il Patrocinio Istituzionale dell'Ambasciata Argentina in Italia, della Fondazione Astor Piazzolla Buenos Aires e della Fondazione ICO Tito Schipa Lecce.

Borges – Piazzolla

L’incontro tra Jorge Luis Borges e Astor Piazzolla avviene negli Anni Sessanta, come compimento naturale ed inevitabile di due percorsi, iniziati in tempi e modalità diversi, sotto la comune insegna di quel sortilegio chiamato tango, che Borges considerava la realizzazione argentina che meglio ha divulgato il nome del suo paese nel mondo.

Nel 1930, pubblicando Evaristo Carriego, Borges fa opera di sistemazione storica del tango, ne individua l’origine, le tematiche e l’ideologia e si riconosce pienamente in esso, arrivando a scrivere: “Forse la missione del tango è propria questa: dare agli argentini la certezza di essere stati valorosi, di avere adempiuto ai loro obblighi di coraggio e di onore”. A quella data, Borges ha 31 anni; Piazzolla solo 9: bisogna solo aspettare che il tempo porti a compimento quello che il destino sembra aver stabilito. Tempo e destino: due degli elementi tematici essenziali di tutta l’opera di Borges che confluiranno predominanti nella raccolta “Per le sei corde”, pubblicata nel 1965, e nel poemetto Il tango, contenuto nella raccolta “L’altro, lo stesso” dell’anno prima. In quegli anni anche Piazzolla ormai è maturo: ha già composto e pubblicato e può cimentarsi coi testi del più noto poeta. Arduo per un musicista dover sostenere, nel rapporto testo/musica, il compito nettamente più importante, se questo è il giudizio che Borges ha dei due elementi: “Io direi che il tango e la milonga esprimono in maniera diretta qualcosa che i poeti, molte volte, hanno voluto fare con le parole: la convinzione che combattere può essere una festa (….) senza mondo senza un tesoro comune di memorie evocabili attraverso il linguaggio non ci sarebbe certamente letteratura, ma la musica prescinde il mondo, potrebbe esistere la musica e non il mondo. La musica è volontà è passione; il tango antico, in quanto musica, suole trasmettere in maniera diretta questa bellicosa allegria”. Come dice Piazzolla: “la responsabilità è stata grande, però maggiore il compenso nello sperimentare che un poeta della sua importanza si è sentito identificato con tutti i miei temi” al punto da iniziare una collaborazione che ha portato il musicista a depositare le sue note sui versi preesistenti di Borges; anzi a comporre le musiche “obbedendo e rispettando” il contenuto delle liriche. Questo è possibile perché il legame tra i due è istintivo e inscindibile, quasi che non si riesca ad ascoltare o leggere l’uno senza che l’immaginazione lo completi con l’altro. Come se un ordito misterioso faccia sì che le loro produzioni possano mescolarsi infallibilmente quasi all’infinito.

** Quando il genio letterario di Borges incontra il genio musicale di Piazzola, nasce un’autentica complicità artistica dove la prorompente energia vitale della musica “si specchia” nella poesia.

Secondo Borges, il poeta ed il musicista condividono il linguaggio delle emozioni: un linguaggio che cattura l’istante inafferrabile ciò che il mondo cancella e fa rinascere.

Borges e Piazzola hanno creato capolavori appassionati, sulla sfondo di una misteriosa Buenos Aires, dai subborghi maleodoranti, dove il sogno di una vita migliore che possa sciogliere l’incubo del presente si esprime attraverso il Tango. Cosa sia veramente il tango, Borges ce lo spiega lui sesso in diversi modi “un incontro d’amore e sfida, alla morte”, “una ventata, una follia che sfida gli anni frettolosi”.

Questo grande fenomeno culturale e popolare conquistò  Borges al punto che dedicò ad esso un famoso poema “El Tango”, e la raccolta di milonghe “poemas para las seis cordas”.

Nel mondo borgesiano fatto di tempo e di memoria, il Tango è il filo conduttore che prolunga il tempo il passato eroico dell’Argentina (Buenos Aires era figlia di personaggi leggendari).

Borges era solito dire che bisogna dar voce al tango con lo stato d’animo di chi ha appena perso il più grande amore della sua vita, e così conclude: “si può discutere sul tango, ed è quanto facciamo, ma esso racchiude in sé, come tutto ciò che è autentico, un segreto...Si direbbe che senza i crepuscoli e le notti di Buenos Aires non possa nascere un tango, e che in cielo ci attende a noi argentini, l’idea platonica del tango, la sua forma universale, e che questa specie fortunata abbia, per quanto umile, il suo posto nell’universo.

Fuente : Giornale di Puglia


 

viernes, 12 de octubre de 2012

Borges y Judas


Tomás Eloy Martínez


   
Hace dos mil años, y aun algunos siglos después, la religión era una pasión absorbente y avasalladora. Estaba en juego algo mucho más trascendental que la supremacía de los apóstoles depositarios de la doctrina, que habían escuchado las enseñanzas del Maestro después de la Resurrección, cuando Jesús ya se había desprendido de su cuerpo mortal y su alma estaba en relación directa con Dios.

Para las primeras pequeñas comunidades cristianas eran intolerables las desviaciones heréticas que se expandían entonces velozmente en el territorio de Palestina y las tierras adyacentes. Simonianos, ebionitas y nazarenos no tardaron en ser aplastados. El fuego de la piedad era aplacado por rencillas incesantes. Aunque la memoria de la pasión y muerte de Cristo era el lazo que unía a todos los fieles, había pasado menos de un siglo desde la crucifixión y las disputas no tenían fin.

Se discutía sobre el perdón de los pecados, sobre la virginidad de María, sobre la salvación o la perdición del alma inmortal y sobre el significado oculto de las palabras de Jesús, que, en definitiva, eran revelaciones de Dios. La autoridad de las profecías de la Biblia hebrea disiparon muchas de las dudas. Miles de cristianos iban a la guerra y sucumbían para imponer la idea de que Jesús era una encarnación humana de Dios y para negar o afirmar que Dios era uno y trino. En cada soldado había un teólogo. Cada capitán defendía un dogma que se declaraba el único verdadero y consideraba que las otras creencias eran blasfemias o herejías que debían ser castigadas con la muerte.

En el siglo II, la cristiandad distaba de ser unánime. Se dividía en facciones enemigas, cada una de las cuales apoyaba sus creencias en cinco o más evangelios. Todos ellos se presentaban como los únicos intérpretes fieles de las enseñanzas de Jesús. Las luchas implacables se prolongaron durante siglos. A fines de la cuarta centuria, un grupo al que se conoció después como los protoortodoxos impuso una voz única. Si bien se aceptó que sólo cuatro evangelios formarían el cuerpo central de la doctrina, durante muchos años más esos textos fueron sometidos a supresiones y correcciones para eliminar anacronismos y contradicciones.

Los evangelios canónicos fueron escritos entre 65 y cien años después de la crucifixión. Se supone que el primero fue el de Marcos, y que Mateo y Lucas completaron los suyos hacia esa época. Los cuatro cuentan, con pocas variantes, las mismas historias sobre la vida, las enseñanzas y la pasión de Jesús. En los cuatro, la figura de Judas, el apóstol traidor, es estigmatizada cada vez con más énfasis. Juan, el último de los cuatro, no puede ocultar la cólera que le produce el delator. Lo describe aferrado a la bolsa del dinero, marchándose furtivamente de la Cena hacia su castigo infernal.

Fuera del canon quedaron los relatos de evangelistas como Santiago, Bartolomé, Felipe, Tomás y Pedro. Se los consideraba apócrifos, palabra que en los primeros tiempos de la Iglesia significaba secretos u ocultos. Todos coincidían en señalar que, sin la traición de Judas Iscariote, sin los latigazos, sin la corona de espinas y la muerte en la cruz, la Redención no habría sido posible. Con esos actos se cumplían las Escrituras, en las que también se anticipa que el traidor va a recibir treinta monedas de plata.

La sombra satánica de Judas se arraigó a tal punto en la imaginación de la cristiandad que la iconografía medieval y la renacentista lo representan con la mirada huidiza, apartándose de la mesa de la Ultima Cena, separado de los otros apóstoles y aferrando la bolsa con el pago ignominioso por su crimen. En el último canto de la Commedia , Dante lo describe desgarrado por los dientes de Satanás en el círculo más hondo del infierno y, para artistas como Caravaggio y Leonardo, la fealdad de su cara y la hipocresía de su expresión fueron un reflejo de las tinieblas de su alma.

Como todos los educados en la cultura de la Iglesia de Roma, recuerdo haber leído con incrédulo asombro las Tres versiones de Judas, que Borges publicó en 1944. Es uno de los cuentos de su libro Ficciones . Allí Borges atribuye al teólogo escandinavo Nils Runeberg el descubrimiento de un Judas distinto del de los cuatro evangelios. Runeberg observa que el beso de Judas para marcar a su Maestro es un acto superfluo, por no decir inútil. No había por qué identificar a un Rabbi que predicaba con frecuencia en la sinagoga y obraba milagros ante millares de hombres. Pero, como bien señala Borges, "suponer un error en las Escrituras es intolerable". La traición de Judas, por lo tanto, dista de ser casual, y debe leerse como uno de los actos más misteriosos en la economía de la Redención.

Judas es el único de los apóstoles que intuye la divinidad de Jesús. Se rebajó a cometer la peor de las infamias sólo para que el Verbo se hiciera carne en la cruz y salvara a la humanidad. Para un joven de veinte años, los que yo tenía entonces, era una audacia, casi un escándalo, leer que el Supremo Mal se transformaba, por un malabarismo de la inteligencia, en un camino necesario para el Supremo Bien. Comenté ese estupor con algunos predicadores de mi provincia. Todos ellos coincidieron en que la tesis de Borges, creada con las armas de la razón, debía mantenerse en extremo secreto. Si por azar salía a la luz, era preciso refutarla de inmediato con las armas de la fe.

En 1978, un grupo de campesinos que buscaba tesoros enterrados en las cuevas del Egipto Medio descubrió algo mucho más valioso que el oro. Eran los libros del que más tarde sería conocido como Códice Tchacos, compuestos por un grupo de cristianos gnósticos que valoraban el conocimiento como camino esencial para llegar a Dios. Restaurar esos textos, poner un orden mínimo en el complejo rompecabezas, exigió una década de paciencia. Los papiros, resecos por la falta de cuidado, eran una parva de fragmentos minúsculos, ennegrecidos, casi ilegibles. Entre esos desechos estaba el Evangelio de Judas. Después de que National Geographic lanzó una primera edición en inglés, fue traducido a todas las lenguas occidentales.

Que el Evangelio de Judas haya sobrevivido a tantas negligencias y saqueos de los mercaderes es un prodigio. Más asombroso aún es que coincida casi letra por letra con las especulaciones de Borges.

¿Cómo pudo el autor de Ficciones adelantarse cuatro décadas a las revelaciones de un relato que, en 1944, no sólo era desconocido, sino que a la vez no estaba en la imaginación de nadie? ¿Cómo, además, fue capaz de hilar tan fino en la vislumbre de un problema teológico extremadamente complejo? Una respuesta posible es que Borges, lector atento como ninguno, pudo haber conocido, en la edición de Cambridge, los volúmenes de Adversus haereses , una minuciosa refutación de todas las herejías escrita por el obispo Ireneo de Lyon, quien, por supuesto, menciona el texto de Judas.

Según los gnósticos, que recibían su inspiración del apóstol infiel, el problema fundamental de la vida humana no es el pecado, sino la ignorancia. El único camino válido para llegar a Dios es el del conocimiento, no el de la fe, que es propia de los hombres simples y primitivos.

En el Evangelio de Judas, el apóstol se acerca a Jesús, quien lo instruye en el Gran Secreto. El Maestro no es un simple mortal. Procede de un mundo superior, situado más allá de toda comprensión. El cuerpo de Jesús no tiene una apariencia única, sino que adopta distintas formas, a voluntad. Para regresar al mundo perfecto del Espíritu, Jesús debe morir. Judas hará lo necesario para ayudar a Jesús en su tránsito a la eternidad. Al conocer el Secreto, Judas es el único discípulo que sabe. Está unido al Maestro no por las simplicidades de la fe sino por la firmeza del conocimiento. Dios es un infinito tan sublime que ninguna palabra puede describirlo. Hasta la palabra Dios es insuficiente e inadecuada para designar la Deidad.

Desde el siglo IV, el nombre de Judas quedó ligado a "judío" y "judaísmo". Se lo presentaba como el judío malvado que, con su beso traidor, había desatado los tormentos del Gólgota. Su paso fugaz por el Nuevo Testamento enciende las llamas de un antisemitismo que se prolongará por más de mil novecientos años. Susan Gubar, profesora de la Universidad de Indiana y autora de una excelente biografía de Judas, cree que la imagen del apóstol traidor y codicioso, repetida incansablemente durante centurias, fue el antecedente que permitió a los nazis justificar el exterminio de los judíos, a tal punto que, según Gubar, Judas fue para ellos "la musa del Holocausto".

Borges no aprueba ni justifica las herejías, aunque su relato, al enumerar las blasfemias, las reproduce sin censuras. Con clarividencia, advierte que sobre Judas convergen antiguas maldiciones divinas y se lamenta porque esas maldiciones, que deberían haber servido para glorificar la Redención, oscurecieron la santidad de su sentido.

Fuente : La Nación
Sábado 03 de octubre de 2009
http://www.lanacion.com.ar/1181718-borges-y-judas